jueves, febrero 14, 2008
Escalada
Tuve que aprender a ascender.
Manos a la luz,
ojos lejos del pavor.
Escalé las cumbres amargas de tu voz,
me encaramé sobre cada quejido tuyo
y derramé el sudor que me dejabas.
Aprendí a morder
y a esconder con mis labios el ardor azulado
que a tus tiernos años no debías conocer.
Me moví entre ráfagas de roca triturada
y arrastré hasta el polvo que de ellas emanaba.
Pervertí entero el desnudo curvo de tu montaña.
No hice pausas de trayecto,
sólo mentí y avancé por ríos y quebradas
viendo tu naturaleza pisoteada sin remordimiento alguno.
Y fue que me hice de hortigas,
y me perdí por los senderos más inhóspitos
dispuesto a flagelar tus ruinas si fuese necesario.
Por ello es que tuve que aprender a caer también,
a desconfiar de la utopía de tu boca en la cima,
sabía que no la merecía.
Aprendí a caer.
Sin oxígeno, las manos se me amorataron
y no tuve excusas para quedarme en ti.
Manos a la luz,
ojos lejos del pavor.
Aprendí a perderle el miedo al vacío
y cegado por el sol,
bajé la mirada.
La distancia entre el fin y yo
me provocó vértigo,
pero así y todo
fui yo...
yo solo me solté.
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