sábado, abril 22, 2006

Y yo desesperaba













La mecánica de tu silencio desampara, seriamente...
No oírte provoca miseria.

Es como si el desparpajo de otras voces fuera de una estridencia paupérrima;
un ruido que sólo permite darme cuenta de cuán necesaria me es tu palabra.

El oído busca claves de esa, tu voz lejana; enguye sonoridades eclécticas en busca de un silbido al menos parecido a tu eco... y nada.

El ojo mira al cielo, al suelo, al horizonte y no visualiza onda sonora alguna coloreada de tu sombra, ni diluyéndose en el espacio... ni transformándose... nada.

La nariz, independiente del aire, se desentiende de todos y pretende hallar las vibraciones de tu garganta, de tu vientre, de la raíz de tu sonido... y nada nuevamente.

La boca, a su manera, emulando a una víbora, estira su lengua, expone sus papilas y tienta descubrirte alargándose hacia ti... un sólo temblor en el infinito provocado por tu voz sería suficiente... pero nada.

Sólo el tacto fue leal a nosotros... las manos (mis manos), fueron las que te revelaron.

Una vez que estuvieron cerca de tu boca, libaron tus labios... y tu gemido... tu gemido...
emergió de lo profundo de ti como la música que me hacía falta.

Ahí estabas.

Tu sonido estaba junto a mí.

Sólo callabas un instante.

¿Y yo?

Y yo desesperaba.

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